Impresiones

"Y en tu cuerpo/todos los errores".

10.31.2005

 

Juventudes

En estos tiempos en que sólo quedan vivos dos de los Beatles, está claro que el amor corre peligro. Ya nada es simple. La melodía y la felicidad son parte de un pasado colorido.
Me cruzo cada día con nuevos personajes del rock. Lejos de la emoción artística, del dolor de los amores, ahora los niños llegan a la música desde la pura construcción estética, desde la pose.
Sé que corro el riesgo de parecer un viejo, pero no temo: supongo que todos los treintañeros refunfuñaron contra lo que acababan de dejar atrás. Y yo acabo de dejar atrás un mundo en el que el rock tenía un poco más de sentido. Hoy está primero el maquillaje y la vestimenta. En mis jóvenes años de colegio industrial, primero había que elegir la música: eso te dejaba de un lado o del otro del aluvión de la moda. Yo usaba jabón federal en el pelo y un pantalón de jean angostísimo que había cosido mi abuela, muy contrariada porque los flecos y los desgarros de la tela quedaran del lado de afuera, a pedido de su incomprensible nieto.
Quiero decir que para nosotros las proezas estéticas eran eso: proezas. Entrar al colegio con los pelos parados y un pantalón hecho a base de retazos acarreaba sanciones disciplinarias (o más bien, sin querer exagerar, las peores sanciones venían de los propios compañeros con sus inacabables cargadas, compañeros sobre los que se hacía una especie de militancia al explicar los por qués de cada una de nuestras ensayadísimas actitudes). Uno tenía que pagar cada una de sus exageraciones, tal como se paga a la mañana siguiente cada mililítro de alcohol que se haya ingerido.
Hoy es bastante más fácil. Pero sólo es más fácil esa parte, se simplificó la compulsión a integrar uno de los bandos; hay negocios que ofrecen todo, baratísimos atuendos de tribu, disfraces casi. Las abuelas no tienen que coser y las burlas ya no son un problema.
Pero se simplificó sólo la oferta de vestuario: el resto sigue igual. Uno puede observar perfectas muñecas de cabellos parados, íntegramente vestidas de negro y casi con ojos llorosos y lágrimas pintadas. Pero más allá de las innovaciones, la adolescencia ofrece el mismo horizonte gris; la tristeza de los chicos sigue ahí, igual que en los tiempos de Goethe.
Es que el romanticismo en realidad no es una etapa en la historia del arte, sino una estación por la que pasan todas las vidas. Algunos se bajan y dan una vuelta por el pueblo. Otros se quedan a vivir ahí, al costado de la vía. Pero en general, los adolescentes sólo toman nota de los trajes que usan los tristes habitantes en los andenes, y siguen en el tren camino hacia la vejez, donde los espera el mediocre alivio de los salarios y los días iguales. El amor no aparece, o se muere en los intentos. O se queda en el pueblito.
La conclusión –apresurada por supuesto– es que todos los artistas, por esa especie de inmadura intención de persistir, son románticos.
El misterio nos persigue. ¿Cuál de los Beatles restantes morirá primero? ¿Hasta dónde hay que escuchar nuestras obsesiones? ¿Cómo vestirnos y peinarnos?
Todas preguntas que es mejor que sigan sin respuesta.

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