En un poema encontré una frase que me paralizó.
Un inglés habla de "las cicatrices de la imaginación",
the scars of imagination.
¿Quién no se accidentó en el ejercicio de ampliar las posibilidades? (Sartre incluso parece haber robado la expresión del poeta durante el Mayo Francés, con su propuesta de "ampliar el campo de lo posible").
Creo que el amor no existiría sin la imaginación. Hoy yo mismo podría hacer un pequeño balance con todas las fantasías ocurridas, la imaginación aterrizada en todos estos años, los deseos ya cumplidos.
Pero nunca alcanza. La imaginación es más poderosa, quiere más. No importa que logremos algunos objetivos: siempre hay metas más amplias, nuevos placeres y promesas.
Por eso deja cicatrices: la imaginación no puede completarse, ni siquiera en los viejos. Ellos son capaces de imaginar hacia atrás, hacia un pasado enorme y en floreciente nostalgia. Reinventan. Los recuerdos son pequeños mundos materializados, los viejos nos sorprenden con detalles de hace medio siglo, y con la autoridad de haber sido testigos; sus ojos, sus bocas, sus rostros actuaron, existieron cuando sucedía ese pasado que nos parece imposible. Pero probablemente no disfrutaron de ese pasado cuando lo estaban viviendo.
El pasado es tan imposible como el futuro. Nosotros ahora abaratamos los placeres, nos sentimos inmunes contra la trascendencia, nos concentramos tanto en sentir que es imposible clasificar las sensaciones que nos llegan.
El futuro, cuando está sucediendo, nunca es placer. Se actualiza como rutina. Ni siquiera nos damos cuenta de que este aburrimiento era nuestro objetivo de hace una década, que queríamos ser esto que somos. Camino por la ciudad con la certeza de que soy un profesional exitoso, y me siento apenas más cuerdo que el último de los mendigos. La sabiduría de la gente que sobrevive cada noche en las calles, por ejemplo, me parece inalcanzable.
Nada alcanza. Con el cuerpo queremos más. Y nos movemos brutalmente hacia el futuro, groseramente nos permitimos nuevas cosas. La vieja moral se hunde entre complacientes excusas. Nos hacemos viejos.
No hay caso: la imaginación es inmoral, y deja cicatrices.