Impresiones

"Y en tu cuerpo/todos los errores".

7.17.2005

 

La suerte de los animales

Viaje a Talca, tres horas al sur de Santiago. Una ciudad chica, con bordes campesinos y casas de adobe que parecen de más de 100 años. La arquitectura colonial de los antiguos fundos parece haber atravesado varios siglos. De camino a una pequeña población de las afueras, en todos los techos de tejas rojizas se puede ver la persistencia del verdín. Evidentemente, la lluvia es una molestia cotidiana en esta zona. Hay humedad, pero este es uno de los pocos días en que no llueve. Hace muchísimo frío.
Durante un paseo por los viveros que mantiene un grupo de mujeres, un pato enorme y blanco nos sigue por el camino. Es casi un animal doméstico, que evidentemente quiere a una de las mujeres que me acompaña más de lo que hubiera querido a propia su madre. La reemplazante de la madre pata es una campesina de unos 50 años, su rostro plagado de arrugas, que trata de ahuyentar al pato arrojándole terrones que encuentra a sus pies, y que nunca logran alcanzarlo. Parece que el animal está acostumbrado a ese tipo de educación, y mientras miramos almácigos y pequeños brotes de lo que van a ser fructíferas plantas de tomate, imagino que con esa misma sumisión el pato va a acudir cuando lo llamen para hacer con él un tristísimo estofado.
Como sucedía con los dioses que devoraban a sus hijos, la subsistencia de quienes viven en el campo no es compatible con el amor, al menos no con el amor a ciertos animales. Por ahora, el pato disfruta de su vida, nos mira desde una prudente distancia y hace saber con graznidos que él también quiere ser parte del paseo.


Hacia el final de la tarde, y después de visitar varias oficinas, con sus escritorios y sus burócratas, me dedico a caminar sin rumbo por la ciudad. Saco algunas fotos curiosas: una virgen muy colorida sobre un portal; un extraño cartel que anuncia "Zona de Bombas" y que intenta advertir a los automovilistas que ahí se encuentra el cuartel de bomberos; barrios de casas todas iguales pintadas con colores muy llamativos, y que hacen pensar en un antiguo plan de vivienda que impulsó el Estado.
De camino a la estación de buses, me pierdo por mercados y calles, sin cuidado y vigilado por todos: con sus miradas casi me señalan como a un turista.
Un hombre ofrece liebres muertas, a las que sólo se ha tomado el trabajo de destripar. En otras circunstancias, quizá haya sido capaz de desollar a los animales, y ofrecer el cuero limpio. Pero hoy no parece tener el ánimo para hacerlo. Tiene un pequeño puesto móvil (ruedas de bicicleta para un gran cajón de madera, él mismo es quien debe tirar, sin la ayuda de burros o caballos), está sentado y juega a las cartas con un vendedor vecino. Los ojos abiertos de las liebres, que cuelgan del carro en una línea de alambre, reflejan la figura de los que se acercan para observarlas.
Todavía es de día, y un grupo de prostitutas también juega a las cartas, esperando el momento de comenzar el trabajo. Están en un bar de ambiente sórdido, al que le han abierto todas las cortinas oscuras que normalmente lo delatan como prostíbulo. Hay una barra con licores, posters de rubias norteamericanas en bikini, varios espejos labrados con imágenes sugerentes. Es temprano, y desde la calle los transeúntes pueden ver a las mujeres (todas jóvenes, todas sentadas alrededor de una mesa) que se miran aburridas y juegan, mientras escuchan los lamentos de una cumbia. Pienso en sacar una foto, pero imagino que prefieren no ser molestadas y sigo mi camino.
También resigno fotografiar el mostrador de una veterinaria. Evidentemente el comerciante espera convocar la curiosidad de la gente, y muy cerca de la vidriera hay dispuestos varios frascos con fetos de distintos animales flotando en un líquido turbio. Un perro, un cerdo, un "cabro", un conejo, un gato. Acostumbrado a la sorpresa de los transeúntes, el tipo responde a mis preguntas casi sin mirarme, y me recita en orden cuál es la especie que tiene atrapada en cada uno de los frascos.
Recuerdo aquella teoría de la "recapitulación evolutiva", que dice que durante su crecimiento, los fetos de los mamíferos pasan por distintas etapas en las que se parecen a peces, a reptiles y a aves, en un recorrido por todas las otras familias del reino animal. Pero ninguno de estos cuerpos blancuzcos de los frascos se parece a nada más que a los monstruos que a veces presenta el cine de terror. No reconozco cerditos ni cabras ni perros, y me alejo sin la foto, ahuyentado por la escasa amabilidad del veterinario.
Vuelvo a Santiago por un camino oscuro, por el que se pueden ver poblaciones de casas idénticas, barrios cuadriculados en los que viven obreros invisibles.



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