Impresiones

"Y en tu cuerpo/todos los errores".

7.12.2005

 

Recaudación y fe

Son las once de la noche en la Plaza de Armas de la ciudad de Santiago. El sonido de una orquesta me atrae hacia una de las esquinas. "Alabaré, alabaré", repiten con ritmo creciente un grupo de personas que forman un círculo. Todos están vestidos con elegancia pueblerina. "Alaaaabaré a mi señoooor", se escucha por un serie de parlantes que completan el círculo.
En un momento, la canción menciona los "ríos de agua viva" que generó Cristo durante su estancia en la tierra. Más que hacerme pensar en los flujos que permiten el bautismo, pienso en las "aguavivas", esos organismos pluricelulares, asquerosos y transparentes que laceran la piel de los bañistas en las costas frías de Argentina.
Me acerco. Tácitamente, y desde hace un buen tiempo, en los lugares que frecuento se me reconoce como turista. Muchas veces es incómodo. Saberse extranjero y llamar la atención son dos elementos que me han empujado a recortar mis salidas, a administrar mejor mi exposición pública. Pero en este caso, el hecho de ser casi un extraterrestre me deja en una posición privilegiada. Nadie se acerca a hablarme del mensaje de Jesús, quizá porque imaginan que –rubio y callado como soy– ni siquiera hablo castellano.
Aprovecho la ventaja para acercarme más. Lo primero que veo es a un adolescente, con el pelo rapado como si fuera un militar, que esconde la cabeza llorando desconsolado mientras un hombre de unos 50 años, canoso, le habla al oído mientras sostiene una Biblia en sus manos.
Alrededor, todos cantan. Envidio un poco el convencimiento con el que, cada uno, promete alabar a su dios. "Alabaré, alabaré", suena en la plaza, y uno hasta imagina que se trata de una palabra árabe, y que su repetición funciona como uno de esos conjuros de Las mil y una noches. Quizá hasta se trate de una célula dormida de Al Qaeda. O de muchas células, que forman una "aguaviva" en pleno centro de Santiago.
Pero no, este círculo de gente no está en el negocio petrolero. En una mesa, justo en el centro del círculo, un hombre cuenta billetes. Más cerca mío, otro entrega una especie de bono, que escribe mientras habla de cifras con otro de los feligreses. De pronto, una pareja irrumpe en el centro de la escena. El hombre, de unos 40 años, saca su billetera, y deja un billete en manos del pastor. La suma continúa en las manos del pastor, que sostiene como puede un micrófono inalámbrico por el que pronto va a hablar.
Y habla. Agradece a la última pareja donante, y proclama la cifra que se ha conseguido para construir la Iglesia de Dios. La verdadera Iglesia de Dios.
Doy algunos pasos hacia mi casa. En el camino, dos niños juegan a colocar un vaso de plástico en el chorro vertical de un bebedero. El juego es ingenioso: el chorro levanta y mantiene el vaso en el aire durante unos segundos, mientras se escuchan las carcajadas de los chicos.
Pero el hechizo se rompe. Dos carabineros se acercan, y con caras muy serias, hacen notar a los chicos que su juego está mojando el suelo de la plaza, y que eso perjudica a otras personas que quieran utilizar el bebedero. Los chicos se alejan, todavía divertidos por el efecto del vaso volador.
En otra de las esquinas, otro pastor abandona sus ambiciones económicas. Está rodeado sólo de dos o tres feligreses. Se trata, obviamente, de un díscolo ex miembro de la Iglesia de los "ríos de agua viva" que eligió otro sector de la plaza. Aunque está más solo (y obviamente es más pobre que sus ex hermanos), se lo nota más convencido. De vez en cuando, sus acompañantes lo envalentonan con algún "¡Aleluya!"
La plaza, con sus predicadores que recuerdan las divisiones de los partidos de izquierda, me hace pensar que la realidad es tan compleja que casi no existe. Mirar es descubrir detalles. Que son tantos, que el mundo abruma por inabarcable.
El momento metafísico termina con un borracho que orina contra una pared, mientras discute con su novia que, estoica, trata de evitar ponerse en el camino del líquido que baja hacia la calle.
Santiago se prepara para dormir, después de la fe y la borrachera.



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